Hace unos días mi hija se acercó con un pendrive en el que estaba su último trabajo escolar. En el colegio les habían pedido que «subiesen el archivo a la nube». Tras una breve conversación aclaratoria, resultó que se trataba simplemente de guardarlo en Google Drive.
Esta anécdota me hizo comprender que el concepto de «la nube» ya ha llegado a la cultura de masas. Y como suele ocurrir con la mayoría de términos técnicos que se popularizan, lo ha hecho acompañado de múltiples imprecisiones.
Pero, ¿qué es en realidad «la nube»?
En los años 80 a alguien se le ocurrió representar las redes de comunicaciones con una nubecita a la que se conectaban los equipos locales y remotos. La idea tuvo aceptación, pero sólo en los últimos años se convirtió en una palabra talismán favorita de los departamentos de marketing y ventas. Y de los políticos, claro. Aunque para llegar a ello, «la nube» tuviera que crecer mucho y absorber servidores, routers, servicios web y todo lo que se pusiese en su camino, transcendiendo con mucho su significado primigenio. Es el precio que tuvo que pagar para llegar a ocupar portadas y reportajes televisivos.
Sin embargo, no existe ninguna nube; es una entelequia. Siento desilusionar a mis lectores, pero esa es la realidad. Los técnicos tenemos la fastidiosa manía de quitar la poesía, la épica y la lírica a todo o casi todo. Y donde otros ven big data, internet de las cosas, smart cities, o nubes, para nosotros no hay más que procesadores, sistemas operativos, software de aplicación, enlaces de comunicaciones, APIs, protocolos y unidades de almacenamiento masivo. Organizados de una u otra forma, más rápidos o más lentos, con mayor o menor o capacidad, pero siempre lo mismo. Esencialmente, la informática no ha cambiado mucho desde que Von Neumann diseñó allá por 1945 la arquitectura de procesador que seguimos utilizando hoy en día, o desde que IBM elaboró el primer sistema operativo (OS/360) en 1960, o aparecieron (también en esta década) los primeros protolenguajes de programación (ensambladores, básicamente) y años después Kernighan, Thompson y Ritchie nos trajeron Unix y el lenguaje C. Podemos añadir a la lista mentes geniales como la de Donald Knuth, John McCarthy (el padre de Lisp y pionero de la inteligencia artificial) y algunos otros que han hecho contribuciones importantísimas, aunque sus nombres no sean tan conocidos como los de Steve Jobs (el “hacker” que inventó realmente los primeros Apple fue su socio Steve Wozniak), Bill Gates o Elon Musk. Pero a lo que iba: nadie ha inventado jamás ninguna «nube» informática.
Si hemos de ser exactos, lo que en la literatura popular se entiende por «nube» es en realidad el SaaS: «Software as a Service», junto con los muchos “aaS“ (como el IaaS o el PaaS) que están proliferando hoy en día. Es algo tan simple como que en lugar de ejecutar nuestras aplicaciones localmente en un PC, lo hacemos en un servidor (bien, lo que hay al otro lado puede ser un poco más complicado) al que accedemos con nuestro navegador o desde una app en el móvil. En sentido estricto, hasta el más simple formulario web es una aplicación en la nube. Perdón, un SaaS. Y también entran en esa categoría servicios tan variopintos como Google Apps (y todo lo de Google en general), Dropbox, Salesforce, Office 365, y prácticamente cualquier cosa que puedas abrir con tu navegador.
Un poco de historia
En informática parece que la dialéctica hegeliana con sus ciclos de tesis, antítesis y síntesis también tiene su lugar. En el principio era la arquitectura mainframe / terminal. Luego llegó la informática personal con su concepto del «user empowerment» en la que supuestamente los PCs nos traían la liberación, al no depender de un ordenador central. Pero llegaron las redes locales y se pensó que un poco de centralización no vendría mal, con lo que se invirtió la tendencia hacia la arquitectura cliente-servidor. Con la popularización de Internet, que hizo posible transferir grandes cantidades de información de forma económica a gran velocidad y a cualquier punto del planeta, el SaaS -que como concepto teórico llevaba mucho tiempo apareciendo en las revistas especializadas- alcanzó la mayoría de edad y se convirtió en una realidad cotidiana. Pero en realidad, no había nada nuevo bajo el sol.
Y fue entonces cuando empezamos a hablar de la nube. Pero no existe tal nube: es solamente el ordenador de otra persona. Y además de un concepto tecnológico, el SaaS es un modelo de negocio. Que como todos, tiene sus ventajas e inconvenientes. No es todo tan color de rosa como nos pintan.
Pero dejaremos estas valoraciones para el siguiente post…